domingo, 27 de octubre de 2013

“Mi hermano”

Volvíamos de la plaza con ella y algunos compañeros de la escuela. Recuerdo que caminábamos por Diagonal Norte cuando la policía llego, y comenzó a reprimir, no importaba, que fuesen niños, ansíanos, jóvenes universitarios, o embarazadas. En esa Argentina, todo daba lo mismo.
Como pudimos, la agarre de la mano y corrí entre el gas lacrimógeno y las cientos de personas que allí estaban. Pudimos abrir paso entre las cachiporras policiales.  No conocía, ni conozco,  demasiado la capital.
Pronto reconocí, la pureza angelical del corazón de la ciudad. El obelisco, siempre allí parado, tan ingenuo a lo que sucedía en su ciudad, tan ajeno a los padecimientos de su pueblo. 
Me costaba respirar, la fatiga, los gases y el miedo habían creado en mí un polvorín altamente perjudicial. Cuando bajamos las escaleras del subte, sentí que mi alma volvía, después de un largo paseo, a mi cuerpo. De inmediato comencé a recordar a los chicos, que habían quedado atrás, pensé en ir a buscarlos, pero por alguna razón que ahora no recuerdo, no lo hice.
Trate  de consolarme que seguro estaban bien, que mañana los vería en el colegio y todo seguiría como siempre.
Cuando nos subimos al subte, pude empezar a comprender lo que allí había pasado. Tenía diez años cuando la dictadura había comenzado, por ende sabía muy bien lo que era ser reprimido, desde lo físico hasta lo emocional. En casa, mamá había forrado todos los libros de María Elena Walsh, con tapas de libros de cocina. O muchos de los discos de “Los Beatles” los había quemado en los asados de los domingos.
Había ido a esa marcha por eso, porque nos querían prohibir pensar, pero, no se puede no pensar.
Todo el viaje lo transcurrimos en silencio, tratando de no mirarnos. En el viaje de tren esto se repitió.
La acompañe hasta su casa. Seguro, mamá estaba preguntándose porque no llegaba, le había dicho que iría a la casa de mi novia para que no se preocupara.
Cuando llegue a casa todo transcurrió sin ningún tipo de anormalidad, lo único raro, fue que allí estaba mi hermano. Desde que había ingresado a la colimba, lo veíamos poco y nada en casa, y mucho menos un día de semana.
Había venido en busca de algunos efectos personales y a saludar a Mamá y a Papá. –
Su forma de pensar siempre nos había hecho entrar en cortocircuito.
Comimos todos juntos y en silencio, durmió en casa, no lo vi irse.
Al otro día, declararon la guerra. Esa noche fue la última vez que lo veríamos.


Agustina Rocha – 09/10/2013 

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