Como pudimos, la agarre de la mano y corrí entre el gas
lacrimógeno y las cientos de personas que allí estaban. Pudimos abrir paso
entre las cachiporras policiales. No
conocía, ni conozco, demasiado la capital.
Pronto reconocí, la pureza angelical del corazón de la ciudad. El obelisco, siempre allí parado, tan ingenuo a lo que sucedía en su ciudad, tan ajeno a los padecimientos de su pueblo.
Pronto reconocí, la pureza angelical del corazón de la ciudad. El obelisco, siempre allí parado, tan ingenuo a lo que sucedía en su ciudad, tan ajeno a los padecimientos de su pueblo.
Me costaba respirar, la fatiga, los gases y el miedo habían
creado en mí un polvorín altamente perjudicial. Cuando bajamos las escaleras
del subte, sentí que mi alma volvía, después de un largo paseo, a mi cuerpo. De
inmediato comencé a recordar a los chicos, que habían quedado atrás, pensé en
ir a buscarlos, pero por alguna razón que ahora no recuerdo, no lo hice.
Trate de consolarme que seguro estaban bien, que mañana los vería en el colegio y todo seguiría como siempre.
Trate de consolarme que seguro estaban bien, que mañana los vería en el colegio y todo seguiría como siempre.
Cuando nos subimos al subte, pude empezar a comprender lo
que allí había pasado. Tenía diez años cuando la dictadura había comenzado, por
ende sabía muy bien lo que era ser reprimido, desde lo físico hasta lo
emocional. En casa, mamá había forrado todos los libros de María Elena Walsh,
con tapas de libros de cocina. O muchos de los discos de “Los Beatles” los
había quemado en los asados de los domingos.
Había ido a esa marcha por eso, porque nos querían prohibir pensar, pero, no se puede no pensar.
Había ido a esa marcha por eso, porque nos querían prohibir pensar, pero, no se puede no pensar.
Todo el viaje lo transcurrimos en silencio, tratando de no
mirarnos. En el viaje de tren esto se repitió.
La acompañe hasta su casa. Seguro, mamá estaba preguntándose porque no llegaba, le había dicho que iría a la casa de mi novia para que no se preocupara.
Cuando llegue a casa todo transcurrió sin ningún tipo de anormalidad, lo único raro, fue que allí estaba mi hermano. Desde que había ingresado a la colimba, lo veíamos poco y nada en casa, y mucho menos un día de semana.
Había venido en busca de algunos efectos personales y a saludar a Mamá y a Papá. –
Su forma de pensar siempre nos había hecho entrar en cortocircuito.
Comimos todos juntos y en silencio, durmió en casa, no lo vi irse.
La acompañe hasta su casa. Seguro, mamá estaba preguntándose porque no llegaba, le había dicho que iría a la casa de mi novia para que no se preocupara.
Cuando llegue a casa todo transcurrió sin ningún tipo de anormalidad, lo único raro, fue que allí estaba mi hermano. Desde que había ingresado a la colimba, lo veíamos poco y nada en casa, y mucho menos un día de semana.
Había venido en busca de algunos efectos personales y a saludar a Mamá y a Papá. –
Su forma de pensar siempre nos había hecho entrar en cortocircuito.
Comimos todos juntos y en silencio, durmió en casa, no lo vi irse.
Al otro día, declararon la guerra. Esa noche fue la última
vez que lo veríamos.
Agustina Rocha – 09/10/2013
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